Su mirada estaba perdida en la televisión, aunque realmente
no prestaba atención a lo que estaban dando, ni siquiera se había percatado de
que el programa que había dejado había acabado y las noticias ya llevaban unos
diez minutos de empezadas. Sentada sobre el sofá, tomaba una taza de té
caliente en un intento de calentar su cuerpo. No hacía frío realmente, pero
ella la necesitaba, luego de tanto movimiento desde tan temprano en la mañana,
no solo sus emociones habían terminado colapsando. Si agarraba un resfrío, no
le sorprendería en lo más mínimo.
La sala estaba demasiado silenciosa como para tratarse de la
casa de Marco, aunque en realidad no le molestaba. En ese momento, su cabeza
daba tantas vueltas sobre tantas cosas que el silencio la ayudaba a
concentrarse un poco. Estaba molesta, mucho aún ante la respuesta que había
recibido del muchacho en llamada; estaba preocupada, muriéndose por saber cómo
se hallaban los heridos; además, todo el problema que se le había sumado a su
vida y que sabía que no podría deshacerse de eso tan fácilmente, Lisa y su
novio o amante o lo que fuera, la había metido en el medio, lo cual sólo podía
significar que terminaría cruzándose a aquel molesto muchacho; y lo último y
más importante: su estado de tristeza progresivo debido a esa fecha que se
aproximaba. Soltó un largo suspiro, recordando el sueño que había tenido el día
en que Leah se había marchado, y que en realidad había tenido desde hacía
aproximadamente una semana de forma consecutiva, todos los días, incluyendo
ese.
–¿Podré olvidarlo alguna vez? – murmuró sin darse cuenta,
viendo de forma hipnotizada el té moverse en su taza.
El ruido de la puerta abriéndose la regresó a la realidad
justo a tiempo para girarse y ver entrar por ella a dos pequeños de un metro
treinta de estatura, con algunos centímetros de diferencia entre ellos. Una niña
y un niño, los cuales corrieron hasta donde se hallaba Mei y se lanzaron a cada
lado de ella en el sillón. Ambos niños, aunque gemelos, tenían barias
características en las que diferían, además del sexo. Luna era un poco más
bajita que su hermano, de cabello largo y ondulado de color castaño oscuro, y
de ojos color café muy oscuros; mientras que Henry, por el contrario, tenía el
cabello corto, muy alborotado y de color negro azabache, mientras que sus ojos
eran de un bonito color chocolate. Una de las pocas cosas que compartían era el
color de su piel, el cual era de un trigueño claro muy bonito.
–¿Qué tal la tarde en el parque? – les preguntó, dejando la
taza sobre la mesita ratona frente al sillón y abrazándolos a ambos, quienes no
perdieron tiempo e hicieron lo mismo con ella, abrazándola por la cintura.
–¿Tarde? – saltó inmediatamente la niña – ¡Mei, ya son más
de las nueve!
–Pensábamos que nos irías a buscar más temprano, pero como
no apareciste, volvimos nosotros – agregó Henry, quien inmediatamente levantó
la cabeza para observar más detenidamente a la muchacha –. ¿Estás bien? –
inquirió por segunda vez.
Mei soltó un largo suspiro, era obvio que no había logrado
convencerlo de su mentira cuando había llegado allí más temprano.
–Estoy bien, todos mis huesos están en su lugar – respondió
a forma de broma, una la cual no le agradó mucho al pequeño –. Deja de fruncir
ese ceño, eres aún muy pequeño para poner la cara de un adulto.
–Los adultos no suelen poner esa cara, suelen poner otra –
intervino rápidamente Luna.
–¿Otra de qué tipo?
–No sé cómo decirlo… Suelen estar con los ojos cerrados y
con la boca abierta, gritando. Incluso algunos sudan – agregó, fingiendo un
estremecimiento de asco.
Pero lejos de eso, Mei se había sonrojado tanto que incluso
el rubor le bajaba al cuello.
–¿Qué rayos ves tú? Será mejor que les coloquen el control
parental a la computadora y la televisión…
Al cabo de una hora, Marco regresó al fin, pero para ese
momento, la castaña ya estaba preparada. Rápidamente había saludado de forma
afectuosa a los gemelos y se fue tan velozmente como pudo, saludando al otro
muchacho con un simple “después nos vemos” que lo dejó entre desconcertado y
molesto.
***
Se despertó sudando en plena medianoche, con el corazón
latiendo a mil por hora y la respiración alterada. Sus pupilas se habían
contraído del susto y tardaron en acostumbrarse a la oscuridad de la
habitación. Lo había visto, por un ínfimo segundo, esos ojos habían hecho
contacto con los suyos.
Se abrazó a sí misma, sentada en la cama, intentando
calmarse para retomar el sueño, pero era inútil. No podía estarse quieta,
necesitaba salir, tomar aire y estar en contacto con otras personas si era
posible. ¿Ir a un bar? No, no tenía ganas de lidiar con hombres ebrios, y no
había muchos otros lugares que permanecieran abiertos a las dos de la
madrugada. Pero con la firme intención de salir de allí, aún si debía dar
vueltas a la manzana, se dispuso a salir, colocándose lo primero que encontró,
una blusa celeste, pantalones de jeans y zapatillas.
Y así salió, caminando sin un rumbo fijo, andando,
cruzándose de vez en cuando a una que otra persona o grandes grupos que
gritaban llenos de alegría producida por el alcohol en sangre. Al cabo de un
rato, terminó por llegar a una plaza a la cual nunca había acudido, la cual
contaba con un lago enorme y un pequeño bosque artificial a un lado. Se acercó
a uno de los bancos más próximos al lago artificial, deteniéndose al fin sólo
para darse cuenta de que hacía más frío del que había previsto, y no tenía
abrigo que la cubriera.
–Rayos – murmuró, soltando un largo suspiro y deslizándose
por el asiento, dejando su cabeza colgando en la parte de atrás y con los ojos
cerrados.
No había nadie cerca, el murmullo que había alrededor
constaba del movimiento del agua, las hojas de los árboles moviéndose producto
del viento, los sonidos lejanos de los autos y motos circulando por la calle,
los ebrios gritando llenos de entusiasmo… y unos pasos acercarse desde algún
punto. Sólo eso le produjo la curiosidad suficiente como para abrir los ojos y
ver del revés a quien venía.
–Esto tiene que ser una broma…
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