El Twenty-two era un local de ropa bastante frecuentado
sobre todo por los adolescentes y jóvenes, por lo que era un lugar de grandes
dimensiones. En él trabajaban varias personas: una en el mostrador haciendo de
cajera y otras tres chicas más dispersas por las hileras de estanterías y
perchas situadas en el negocio. Entre aquellas últimas se hallaba Mei, aunque sólo
podía decirse que se encontraba allí físicamente.
Su mente vagaba por los recuerdos de la noche anterior,
rememorando todo aquello que había sucedido. Prácticamente estaba ausente, se
había perdido todas las conversaciones que entre sus compañeras se llevaba a
cabo, al punto de terminar alejándose de ellas para quedar al lado del
mostrador donde se cobraban.
Parpadeó varias veces, aún estaba agotada y, como si fuese poco,
la cabeza estaba empezando a dolerle un poco, ¡y no tenía ningún analgésico! Sufriría,
ya lo veía venir, hasta que pudiese tomarse un momento para tomar algo en la
media mañana, pero aún faltaba tanto… De pronto notó que algo a su alrededor
cambiaba, el ambiente. Lo primero en ver fue a sus compañeras de trabajo, las
cuales se habían acercado y cuchicheaban entre ellas de forma más entusiasta de
lo normal, mirando a la entrada del local. Una de ellas incluso tuvo
intensiones de acercarse a quien sea que hubiese ingresado, pero algo la detuvo
en seco, y fue en ese momento donde la Black oyó a alguien acercándose.
Inmediatamente giró la cabeza para buscar a la persona que
hablaba y al cabo de unos pocos segundos sintió cómo su estómago se revolvía, ¡¿es
que acaso no había tenido suficiente con lo que había sucedido en la madrugada
cuando volvía a casa?! Se dio cuenta de que se había olvidado de respirar, por
lo que tuvo que aspirar aire hasta llenar sus pulmones.
Se acerca a ti, no tendrás escapatoria le decía una vocecita
en su mente. Tendría que enfrentarlo, y por lo que se veía, no podía ni rogar
porque aquel muchacho tuviese mejores modales que los que había hecho gala la
noche anterior.
Sintió un empujoncito, por lo que rápidamente miró a la
cajera, quien era la que la había hecho que se acercara al apuesto chico con
cara de haberse tragado un limón particularmente ácido. Maldición, maldición,
maldición, maldición…
–Buen día, – dijo al fin, acercándose a él y fingiendo una
sonrisa convincente – mi nombre es Mei y yo me encargaré de servirle de ayuda.
Maldición, maldición, maldición…
–¿Qué es lo que desea ver, señor? Aunque sinceramente no
creo que haya algo por aquí para alguien tan entrado en edad…
–¡¡¡Mei!!!
Aquel grito la sobresaltó, y antes de que pudiese voltearse
siquiera, una de las otras vendedoras ya había llegado hasta donde se hallaban
el desconocido y ella. Valeria era quien se había acercado para su desgracia,
la pelirroja con la sonrisa digna de una propaganda de pasta dental era superficial
a niveles insospechados, algo que no toleraba de ella, y como no podía faltar,
siempre que algún chico guapo entraba al negocio, ella aprovechaba a llamar su
atención, y aquella vez no era la excepción.
–Buenos días, disculpa las palabras de mi compañera. Mi nombre
es Valeria, si quieres yo puedo ayudarte a escoger algo que desees.
Y allí estaba, la sonrisa deslumbrante que usaba para
encandilar a sus presas. Mei, por su parte, giró la cabeza para evitar que la
vieran hacer una mueca con la boca, aquella chiquilla era realmente una come
hombres en toda regla, seguramente sería la indicada para atenderlo a él. Pero en
cuanto recordó a Lisa, supo que de una forma u otra tenía que intervenir, a fin
de cuentas, era su pareja o amante y no podía dejar que cayera en manos de
aquella mujer.
¿Pero realmente tenía ganas de intervenir? Algo dentro de
ella le decía sí a gritos, e incluso sentía la urgente necesidad de quitar de en
medio a Valeria, ¿acaso eso era… su ego?
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